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Por Mauricio Mena
Íbamos a morir a los bares,
melancólicos y culpables,
mi nostalgia y yo,
como un par de mariposas
que se saben horrendas.
Buscábamos la muerte
entre dioses que no pueden
caminar derecho y hablan
de más como todos los idiotas.
Encontramos en el camino
hombres que aun sonreían
y no le temían al día después
pese a los pronósticos del clima.
Entonces éramos perfectos
como un par de probabilidades
que no conocen el albedrío.
Bebíamos en refinadas copas
cualquier licor que supiera
engañar al destino.
No conocimos a Dios
en nuestro andar por el olvido,
con suerte un par de ninfas
que hacían de Santiago
un recuerdo entre tantos otros.
No creo en la felicidad
ni nada que se parezca al infinito.
Si vuelvo todas las noches
a revolcarme sobre las barras
es porque estoy coleccionando
las flores y lágrimas que dejaron
mis bien amados sobre la mesa
junto a la propina y las colillas.
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